UNA REUNION DE AMIGOS

SOMOS UN GRUPO DE AMIGOS Y CONOCIDOS QUE COMPARTIMOS UNA ILUSION EN COMUN, "ANSIAS DE SABER".



NOS REUNIMOS UNA VEZ AL MES EN UNA CENA COLOQUIO DONDE LOS DISTINTOS CONFERENCIANTES

NOS HACEN DISFRUTAR JUNTO A SUS CONOCIMIENTOS. ES EN ESTOS PEQUEÑOS RECINTOS DE CULTURA

DONDE EXISTE UN PUNTO DE CONEXION
ENTRE LA UNIVERSIDAD Y LA SOCIEDAD DE SALAMANCA.

ESPERAMOS QUE ESTA LECTURA COMPARTIDA TE HAGA "REFLEXIONAR Y PENSAR"








EL HOMBRE Y LAS BESTIAS EN LA EDAD MEDIA

"la representación artística de las bestias, define una visión del mundo, y el lugar que ocupa el hombre en él"

Ricardo Piñero Moral
Filósofo. Vicedecano de la Facultad de Filosofía.
Profesor de la Universidad de Salamanca.


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Los bestiarios son una obra de arte en la confluyen, de manera extraordinaria, no sólo las capacidades estéticas, sino también las facultades intelectivas. La particular compenetración de unas y otras termina por poner ante nuestra mirada un universo imaginario que posibilita acceder a toda una cosmovisión en la que se revelan ciertos matices en la relación de representación hombre-animal. Quisiera concretar ahora un contexto preciso, el de la Edad Media en el occidente cristiano. Es ésta una concreción más intelectual que histórica, porque la amplitud de este período oculta infinitas variables, y no sólo por lo que respecta a su ‘extensión’ –probablemente nunca se acotará un período tan extenso en el tiempo como el que se corresponde con esta categoría historiográfica–, sino por su especial ‘intensión’. Es ésta una época plena de ideas, de avatares, de rencillas intelectuales, teológicas y políticas, un período en el que occidente pasa de la lucha por la supervivencia a la excelencia cultural. De todos modos, nuestras referencias a momentos remotos de la historia del hombre han de entenderse como condiciones trascendentales, es decir, como condiciones de posibilidad, para comprender el sentido de la simbolización animal, sobre todo, cuando tras este animal una de sus funciones pregnantes es la de ser símbolo de una concepción religiosa.
“Puede decirse, en términos generales, que el estudio de los orígenes de una imagen que expresa un concepto religioso nos permite comprender mejor la razón de ser de ese concepto. Al saber dónde, cuándo y por qué tal o cual imagen se creó, aprendemos mejor la significación religiosa que esa imagen haya podido revestir para sus creadores. Y esto es exacto, sobre todo cuando se trata de imágenes cristianas, cualquiera que sea su época. De ahí que, para captar lo más correctamente posible la significación religiosa de cada una de esas imágenes, sea conveniente estudiar la historia desde el principio, es decir, desde la aparición de las primeras imágenes importadas por la religión cristiana” . En este sentido, esa labor de importación bien nos puede transportar desde el medioevo hasta los primeros instantes de la acción representativa plástica del ser humano. De este modo, en la tarea de seguimiento de las figuraciones animales se revela la incorporación de significados que nos van mostrando cómo, poco a poco, las bestias del mundo profano se convierten en iconos de lo sagrado .
En el arte medieval los animales son representados hasta el infinito, esto es un hecho, y no precisamente por criterios estéticos de lo que podríamos denominar una belleza armónica, clásica, mimética, puramente descriptiva o referencial, o si no recordemos el desagrado y la extrañeza que manifiesta San Bernardo en la carta que escribe a Guillermo, abad de Saint Thierry. En ella se pregunta qué pintan en los claustros, en los que leen los frailes, esas ridículas monstruosidades, esas hermosas deformidades, esas hermosuras deformes, esos inmundos simios, esos fieros leones, esos monstruosos centauros, esos semihombres … El arte medieval nos enseña que buena parte de las figuraciones de carácter animal responden a una funcionalidad religiosa puntual. En virtud de esa funcionalidad religiosa tenemos un primer catálogo de símbolos, o lo que es lo mismo, podemos establecer una correspondencia directa entre los tipos de animales que el arte selecciona para su representación, y el tipo de función que desempeñan en el marco religioso cristiano.
Se afirma que la Edad Media fue profusa en la ilustración de los animales y es bien cierto. La mentalidad medieval generó una tipología peculiar del mundo animal, diseñó lo que algunos autores han denominado un catálogo de zoología simbólica, y lo hizo con tal firmeza que fue fijando, casi normativamente, un corpus sistemático de ideas y valores bajo aspecto animal: el bestiario. Esta nomenclatura no es casual, responde a un universo conceptual. Los bestiarios son libros de bestias, pero ¿qué es una bestia? En palabras de S. Isidoro de Sevilla “la denominación de bestia conviene apropiadamente a los leones, pardos, tigres, lobos y zorras, así como a perros, simios y otros que muestran su crueldad con la boca o con las uñas; por esto se exceptúan las serpientes.
Y se les dice bestias por la violencia con que manifiestan su ferocidad” . La identidad de la bestia es violencia, crueldad, características, a un tiempo, salvajes y desgarradoras, que provocan pavor sólo con imaginarlas, con hacerlas ser imagen.
La representación artística de las bestias no está marcando un simple gusto estético de época, algo así como una moda accidental y pasajera, antes bien está definiendo una visión del mundo, y el lugar que el hombre ocupa en él. Incluso más, el arte medieval de capiteles, rosetones, gárgolas y manuscritos responde a una configuración de la experiencia humana como tal: el arte no sólo nos está enseñando nuestra forma de ver las cosas, los acontecimientos, la divinidad, la belleza o el pecado bajo mantos de piedra, vidrio o relatos, sino que está, además, construyendo nuestra forma de acceder, interpretar y valorar el mundo. El arte, pues, no es un resultado, sin más, de la acción del hombre, sino un elemento indispensable en la construcción de la condición humana, en cuanto a la experiencia, el conocimiento y las creencias.
El laconismo, la simplicidad, el hieratismo que reflejan buena parte de los símbolos animales del medioevo son, en ocasiones, más una trampa que una insuficiencia expresiva. La sencillez que patentiza un pastor con un cordero, por ejemplo, puede hacernos caer en la pura referencialidad, en el realismo naturalista y puede que la imagen, al ser tan directa, anestesie nuestra mente y nos haga olvidar el horizonte de extraordinaria abundancia semántica que puede desarrollarse a partir de esa figuración, puede que no reconozca en ella valores como el cuidado, la filantropía, el deseo de cariño, la entrega, la protección, por no señalar los de liderazgo, redención, compromiso con la humanidad, la oración, la piedad… temas todos ellos de fácil reconstrucción tanto desde una perspectiva estrictamente mitológica o mitográfica como desde una visión teológica o teoplástica.
En una sola imagen, conceptos centrales del cristianismo como la encarnación, la redención, el sacrificio del inocente, incluso la resurrección quedan resueltos con una eficacia tal que su simplicidad puede ser, o bien un logro técnico de primera magnitud en el que se condensa, de un plumazo, toda la historia de la salvación, o bien una trampa que nos haga caer en el abismo de no recordar nada que no esté presente en la imagen que estamos contemplando. Estamos ante una encrucijada: o la infinitud del símbolo o la precisión del signo. Elegir este sendero nos lleva por el agradecido camino en el que los objetos del arte se corresponden biunívocamente con las cosas del mundo, un camino sin sobresaltos, sin admiraciones, llano, plano. Elegir la vía simbólica es estar del lado del riesgo, de la posibilidad del error, angustia compensada por la posibilidad de encontrar otros mundos posibles e imposibles.
La imagen no es sin más un desecho irracional, sino un instrumento del conocimiento, y su operatividad va más allá de la simple ornamentación. Por esta razón no debemos obviar el hecho de que la iconografía medieval , aún recurriendo a la representación del natural, no prescinde nunca de su auténtica misión: la de enseñar la fe cristiana. La imagen es la escritura de los iletrados, nos recuerda ya en el siglo V el Papa Gregorio Magno. La imagen es un medio de conocimiento, particularmente eficaz para ahondar en las cosas de la fe, en la que se revelan con mayor facilidad que en los tratados de teología las verdades de la religión y sus misterios.
En la imagen podemos contemplar rasgos físicos de un personaje, datos que nos transporten a un acontecimiento histórico; por medio de la imagen podemos pasar de estar conmovidos por un hecho a la adoración de la divinidad, podemos pasar del mero sentir al conocimiento mismo, gracias a una vis pedagógica inherente a la naturaleza icónica. “En fin, puesto que la imagen sirve para enseñar recordando y explicando las verdades cristianas, era siempre abierta a retoques y transformaciones. Tal es sin duda la consecuencia esencial que se desprende de esa manera de considerar la imagen religiosa vigente en Occidente desde la edad carolingia o incluso antes.
Teóricamente, todo el mundo podía emplear en Occidente la iconografía, ya que era un encaje abierto a todas las iniciativas, lo que explica el auge de la iconografía religiosa de carácter folclórico en la época románica y gótica. Sin embargo, esta libertad teórica de la creación iconográfica está limitada por el respeto que se tenía por las cosas de la religión y, sobre todo, por dos factores esenciales: la voluntad de quienes encargaban las obras de arte y el recurso, casi inevitable, a modelos, es decir, a obras tradicionales” . Uno de esos conjuntos
iconográficos modélicos son, precisamente, los animales.
Los animales seleccionados por el arte medieval están directamente implicados con la semántica, con la ideología, con la teología de aquello de lo que son símbolos. Los animales predilectos son aquellos que pueden servir para dar razón de uno de los grandes misterios del hombre: la lucha entre el bien y el mal, el conflicto entre la divinidad y el Maligno. Bien y mal expresan una sintética de la vida humana, y los hombres han elegido a ciertos animales para que sean ellos –y no los propios seres humanos- los que se enfrenten en este combate en el que se dilucida el sentido del origen y del fin del hombre. Fin en cuanto finalidad, y fin en cuanto término. La cuestión es tan impactante que los animales nos sirven de simulación, porque en el fondo, quizá, tengamos miedo de enfrentarnos al origen y al destino de nuestra propia vida.
En el relato del Génesis Adán recibe el mandato de dar nombre a los animales creados por Dios.
En esa tarea el ser humano lleva a cabo todo un ejercicio simbólico, pues el nombre elegido para cada animal responde a la naturaleza de éste. Su nombre es expresión de su naturaleza, pero ha sido elegido por Adán, el primer Physiologos, el primer naturalista, el segundo creador. Dios crea naturaleza, el hombre símbolos; la acción creadora de Dios es una acción esencial, la acción del hombre artificial. Uno y otro, Dios y hombre, utilizan el lenguaje para su acción creadora, la diferencia estriba en que del verbo de Dios sale realidad, mientras que con la palabra del hombre se construyen imágenes. Ambos proyectos, el divino y el humano, son proyectos constructivos que aspiran a desplegar y conservar la vida.
En la historia sagrada aparece otro personaje decisivo, por su especial relación con los
animales: Noé. Éste no es sólo el encargado de salvaguardar la especie humana, sino que recibe la misión de construir un arca que sea en sí mismo un trasunto de la creación, en la que hombre y animal no perezcan y recuperen su estar a bien con Dios. Tras la iniquidad, tras el pecado, el castigo. Para el que está atento a la voluntad de Dios y la cumple, la posibilidad de la redención. Ya hemos sido expulsados del paraíso, nuestra vida ya ha contemplado el conflicto entre el bien y el mal, nuestra voluntad ya ha sido tentada, ya hemos sido vencidos por el Adversario. Pero la trama continúa. De alguna manera, todos los hombres que desean la reconciliación son Noé, todos recibimos el encargo de ponernos a salvo. La recopilación de los animales es el recuento de todos los matices de nuestra sensibilidad, de nuestro conocimiento, de nuestro ser. Embarcarnos con la totalidad de los animales es embarcarnos con nuestra naturaleza al completo, sin que nos falte nada de lo que somos, de lo que nos hace ser.
Estos dos momentos fundantes, el de Adán y el de Noé, la creación-denominación-simbolización, junto con uno de los primeros destellos del poder de la redención divina –la salvación de ciertas criaturas del diluvio universal–, pueden servir como testigos de la relevancia y peculiaridad de la relación hombre-animal . Los escenarios de nuestra historia, sea esta historia natural, cultural o teológica, sea esta historia científica o salvífica, están revestidos plásticamente de esa relación.
El arte medieval, lejos de ser una simple formalización es, sobre todo, la manifestación de ideas y creencias vivas en la mente y en el corazón de los hombres. Por esta razón las simbolizaciones animales poseen siempre una funcionalidad inseparable de su origen. Los motivos religiosos se inoculan en la acción artística para hacer de las obras auténticos mensajes. Ahora bien, en esos mensajes existen diversos niveles de codificación: desde aquellos que tan sólo pretenden la referencia directa e inmediata y que se fundan en la evidencia, en la presencia visual pura, hasta los que necesitan ser desencriptados por elementos ajenos a la forma que el observador tiene ante sus ojos. Hay imágenes signo, cuyo mensaje es tan conciso y limitado que apenas requiere descodificación, y hay imágenes símbolo en las que el sentido sólo está aludido, en las que el significado está oculto tras lo plástico. Entre lo esquemático y lo abstracto hay, a su vez, infinitos registros que no sólo podemos investigar, sino también disfrutar.
Sólo de ese modo podremos reconstruir una auténtica teoría de la sensibilidad…